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Si no existe nada aparte de ti, ¿qué ocurre cuando sientes oposición? Una parte de ti está encantada con los acontecimientos de oposición: problemas, ofensas, ataques, accidentes, enfermedades, contrariedades. Esa parte está encantada porque la oposición “demuestra” que hay un mundo externo a ti, que te limita. Y esa parte está encantada de que te unas a ella en considerar al mundo como culpable de tu desdicha: ellos son los responsables de tu sufrimiento, ellos son los que te atacan, de ellos te tienes que defender. Y cuanto más te defiendes, cuanto más te resistes, más separado te sientes de ellos, más diferente, más distanciado. Y como consecuencia, refuerzas la sensación de estar separado de tu plenitud. Es absurdo, pero de este modo te convences de que estás separado de tu propio ser.Al mantener esa actitud, estás eligiendo seguir sintiéndote separado. Estás separándote; estás juzgando. Estás volviéndolo todo del revés. En realidad nadie te hace nada —ni tampoco tú le has hecho nada a nadie, pues el ser es inmutable. Tampoco puedes perder nada —excepto dejando de prestarle atención. “Pierdes” aquello a lo que dejas de prestarle atención: pierdes lo que dejas de apreciar. Y estás tan dividido interiormente que no te das cuenta de tu estrategia de autoengaño, y así te permites atribuir tus pérdidas a “otros”: ellos son los responsables (fulano, mengano, tal organización, tal país, tal animal, el mundo, la mala suerte, incluso el propio cuerpo, mi ineptitud, o Dios, la vida, etc). Todo eso son conceptos. Proyecciones muy distorsionadas. Echar las culpas afuera (al mundo externo... incluso al propio cuerpo o a “Dios” o a la “vida”) no conduce más que a la confusión, porque no hay nada fuera. Es más rentable mirar dentro de uno mismo, sin miedo ni juicio, con un simple amor incondicional. Lo ilusorio pasará (es temporal) y la eternidad —lo inmutable e intemporal— es lo único que podrá quedar, porque es lo único que realmente hay.
La próxima vez que te enfades o te sientas atacado, no te resistas. En lo externo haz lo que convenga, pero no te resistas interiormente. Simplemente aprovecha la oportunidad de recordar que eso que percibes como irritante (ese ataque, o esa situación) es una oportunidad para dejar de juzgar y retornar a lo natural. Volver a ser tal cual eres. Es paradójico, porque si ya eres lo que eres —y lo eres, pues tu ser es inmutable y su naturaleza perfecta no ha cambiado— entonces volver a ser lo que eres no es más que reconocerte como siempre has sido y serás. Se trata simplemente de dejar de imaginar que has dejado de ser la plenitud que eres. Dejar de jugar a lo imposible. Dejar de juzgar.
Nunca te enfadas por una situación externa, sino por la interpretación que haces de ella. Fuera de tu conciencia no hay nada. Cuando insistes en culpar a otros por tu enfado o por tu supuesta carencia, estás realmente culpándote a ti mismo, pues nada está separado de ti. Tal como consideres a los demás es como refuerzas la manera como te consideras a ti mismo; y también al revés: tal como te consideras a ti mismo, refuerzas ese mismo modo de considerar a los demás. Por lo tanto, bendícete y bendice a los demás. Bendícelo todo. Bendice toda situación. No te resistas a nada.
“No te resistas” es una indicación fácil de malinterpretar. Se refiere a la no-resistencia mental. A dejar de juzgar. A dejar de culpar como si la separación fuese real. No se refiere al comportamiento. La conducta fluirá según convenga (podemos actuar como de costumbre, si nos parece oportuno), pero interiormente no hay resistencia porque sabemos que en el fondo todo lo temporal es irreal —una proyección fugaz.
La búsqueda externa está condenada al fracaso. Tanto cuando buscamos culpables, o motivos para sentirnos mal, como cuando buscamos lo deseable, en todos los casos estamos dirigiéndonos al lugar equivocado. La culpabilidad, de existir, estaría en nuestro interior —porque no hay nada separado de nuestra conciencia. Miremos ahí, sin miedo, sin resistencia, sin expectativas, con relajación —amor incondicional. Veremos que la culpabilidad que temíamos que habría en nuestro interior, en realidad no está. No es real. Sólo somos inocencia. No hay culpabilidad. Ya no necesitamos tampoco proyectar nuestra culpabilidad sobre otros para así “esconderla” —echarla sobre otros no la va a alejar de nosotros, pues nuestro juicio errado es su origen, y hasta que no dejemos de juzgar que la separación y la culpabilidad existen, seguiremos sufriendo sus secuelas.
La búsqueda de lo deseable tampoco se ve coronada por el éxito cuando buscamos externamente. Porque estaremos buscando en las formas, que varían con el tiempo. Y todo lo externo acaba decepcionando. No dura. Puede que nuestra idealizada pareja no nos deje por el momento, pero si seguimos convencidos de que somos cuerpos, pasados los años los cuerpos se ven separados unos de otros por la enfermedad y la muerte. No hay esperanza en lo temporal, porque cambia. Pero la plenitud nos espera adentro, en la intemporalidad de nuestro propio ser.
Nada nos puede ser arrebatado. Lo ilusorio se desvanecerá tarde o temprano, pero no tiene valor. ¿Cómo podría tener valor lo que no existe? Nuestros bienes externos desaparecerán; nuestro coches, nuestros padres, nuestro trabajo, nuestros seres queridos, todos los objetos externos desaparecerán. Incluso nuestro cuerpo desaparecerá. Pero hay algo que siempre está con uno. Hay algo constantemente contigo, que nunca te deja ni por un instante. Algo que está contigo ahora: tu propio ser, acompañado por la total certeza de ser.
Puede parecer que se te arrebata tu casa, tu trabajo, tu dinero, tu familia, tu cuerpo, tu “vida”, pero nunca pierdes tu certeza de ser. Nunca dejas de ser. La conciencia incondicionada nunca desaparecerá. Cuando mires adentro y te recuerdes en plenitud, te reencontrarás con todo lo que creíste haber perdido, pero no como objetos separados, sino como la Unidad de Ser. Y este “reencuentro”, al ser lo verdadero, nunca desaparecerá ni se agotará. Los que sí se agotarán y desaparecerán serán tus juicios, pero lo verdadero siempre permanecerá. Lo verdadero, al no resistirse a nada, se encuentra únicamente Consigo Mismo y no imagina realidad en las ilusiones.
El problema nunca está fuera. El Tesoro, el Bien, la Plenitud, tampoco está fuera. Todo está dentro de ti: tanto lo ilusorio que has imaginado, como lo verdadero que siempre es. Al dejar de apegarte a la ilusión que hay en tu interior —la creencia en la separación de la plenitud— la ilusión se deshace, pues no era más que un espejismo, algo imaginado. Y entonces la Verdad resplandece sin interferencias, para no ceder su lugar a las ilusiones nunca más. En realidad, la Verdad nunca cedió su lugar. Lo que Es, siempre Es.
Lo que buscas no está fuera. Está en ti. Es lo que eres. Siempre ES.
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