sábado, 16 de agosto de 2014

Anécdotas de ladrones asaltando a sabios

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A veces resultan entretenidas e inspiradoras las historias de sabios de la no-dualidad cuando fueron asaltados por ladrones. Es bastante conocida (en el entorno del advaita) la anécdota de cuando unos ladrones asaltaron el ashram de Ramana Maharhi y Ramana no ofreció defensa alguna, ni siquiera tras ser golpeado, sino que de principio a fin se mostró tranquilo con los ladrones. Ramana se mostró inofensivo y nunca demostró rencor hacia los ladrones. Esto no quiere decir que lo apropiado sea siempre dejar hacer, pues la verdadera bondad y paz es interna y es independiente de la conducta externa. Si internamente estamos en paz, nos sentiremos inspirados a fluir correctamente, tanto cuando lo conveniente sea la pasividad, como cuando convenga la actividad. Hay otra anécdota con Ramana, de años antes a la otra anécdota, en la que un asaltante molestaba a una de sus devotas. Ramana no se encontraba cerca, pero oyó a lo lejos los gritos y reaccionó rápidamente, gritando a viva voz "¡ya voy, ya voy, estoy llegando!", o algo similar, al tiempo que se apresuraba a llegar lo antes posible a la cueva donde su devota se encontraba. Cuando llegó, la devota estaba sola y a salvo. El asaltante se había asustado al oír la voz de Ramana y saber que había alguien más no demasiado lejos que venía en su ayuda, por lo que huyó corriendo. En esta segunda anécdota, una actitud activa fue lo más apropiado. El ser humano nunca sabe por sí mismo cuándo es mejor la acción (y cuál acción exactamente) o la inacción, por lo que lo único seguro es sintonizar con la paz interior y así permitir que la gracia fluya inspirándonos lo apropiado para cada momento, sin tratar de controlar humanamente los resultados.

Estas anécdotas de Ramana me han recordado otras entre ladrones y sabios:

La siguiente la relata Ken Wapnick:

EL LADRÓN

Traducido de: «The Meaning of Forgiveness» («El Significado del Perdón»), de Kenneth Wapnick. 

Hace varios años, me desperté en medio de la noche con la súbita comprensión de que había alguien de pie en mi habitación. Después de la momentánea conmoción, recordé que «No hay nada que temer» (Libro de ejercicios, lección 48, pág. 84), y con calma le pregunté a mi huésped no invitado: «¿Qué puedo hacer por ti?». La situación no era oscura, sin embargo. Estaba claro que el hombre estaba en las drogas y necesitaba desesperadamente dinero para su siguiente dosis; los ladrones rara vez entran en apartamentos ocupados. Él mantuvo amenazadoramente la mano en su chaqueta como si tuviera un arma, para enfatizar su demanda. Sin embargo, mi indefensión (ausencia de intenciones ofensivas, benevolencia) pareció cambiar la atmósfera de la habitación y el hombre en seguida empezó a disculparse por haber entrado e interrumpir mi sueño. Le di todo el dinero que había en mi billetera y el hombre se paró conforme lo tomaba y devolvió un par de dólares diciendo: «Esto es todo tu dinero, no puedo dejarte sin nada». Y siguió disculpándose. Le aseguré que todo estaba bien, y le insté a hacer lo que tuviera que hacer. Como acompañé al hombre al pasillo, esperando con él al ascensor, dije: «Que Dios te bendiga». Sus últimas palabras mientras desaparecía en el ascensor fueron: «Por favor, reza por mí». Le aseguré que lo haría, aunque yo sabía que este encuentro santo había sido la oración. No se había hecho ninguna injusticia, pues no había sido una pérdida real. Ese dinero fue de hecho un pequeño "precio" para la bendición del perdón que fue dado y recibido como uno.

Esta anécdota de Kenneth Wapnick me ha recordado dos relatos más antiguos de la tradición zen:

LA LUNA NO SE PUEDE ROBAR

Ryokan, un maestro zen (1758-1831, monje ermitaño de la escuela Soto, también fue poeta), vivía de la forma más sencilla posible en una pequeña choza al pie de una montaña. Cierto día, por la tarde, estando él ausente, un ladrón se introdujo en el interior de la cabaña, sólo para descubrir que no había allí nada que pudiese ser robado. 

Ryokan, que regresaba entonces, se encontró con el ladrón en su casa. «Debes haber hecho un largo viaje para venir a visitarme», le dijo, «y no sería justo que volvieras con las manos vacías. Por favor, acepta mis ropas como un regalo». 

El ladrón estaba perplejo, pero al fin cogió las ropas y se marchó. 

Ryokan se sentó en el suelo, desnudo, contemplando la luna a través de la ventana. «Pobre hermano», se decía. «Ojalá pudiese haberle dado esta maravillosa luna». 

Nota: Alan Watts citó un supuesto haiku de Ryokan que sintetiza esta historia. «Aun cuando le roban sigue siendo rico», escribe Watts, «porque (a continuación el haiku de Ryokan):

Al ladrón
se le olvidó
la luna en la ventana».

EL LADRÓN QUE SE CONVIRTIÓ EN DISCÍPULO

Una tarde, hallándose Shichiri Kojun recitando sutras, un ladrón entró en su casa, armado con una afilada espada, y le pidió la bolsa o la vida. 

«No me distraigas», le dijo Shichiri. «Encontrarás el dinero en ese cajón». Y reanudó la lectura. 

Poco después interrumpió la recitación y llamó al ladrón. «No lo cojas todo. Necesito algunas monedas para pagar mañana la contribución». 

El intruso metió en sus bolsillos la mayor parte del dinero y se dispuso a irse. «Da las gracias cuando recibas un regalo», añadió Shichiri. El hombre así lo hizo, y acto seguido escapó. 

Algunos días más tarde, el ladrón fue detenido y confesó, entre otros, el robo perpetrado en casa de Shichiri. Al ser este requerido como testigo, declaró: «Este hombre no es un ladrón, al menos en cuanto a mí concierne. Yo le di el dinero y él me dio las gracias por ello». 

Una vez cumplida su condena en la prisión, el hombre fue a ver a Shichiri y se hizo su discípulo. 

Las apariencias aparentemente suceden, pero no hay realmente diferencia o separación. No hay un ladrón o un objeto separado del propio ser (el ser es uno, es consciencia/sabiduría... no hay "sabio" separado del "ladrón"). Reconociendo la unicidad, todo se convierte en uno y es amor. Los conflictos son apariencias que se desvanecen cuando se acaba la creencia en la diferencia/separación.
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