sábado, 7 de junio de 2014

Anam Thubten

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Hay dos libros de Anam Thubten traducidos al español por la editorial Sirio y aparte de que me han gustado, me ha parecido que un factor a destacar es el lenguaje sencillo con que Anam Thubten se expresa. Emplea muy poco la terminología oriental y su lenguaje coloquial y ameno me resulta agradable e inspirador. Anam Thubten es de tradición budista. Nació y se crió en el Tíbet, entrando en la tradición Nyingma del budismo tibetano.

Para quien quiera hacerse una idea de su mensaje, voy a citar algunas frases de los dos libros suyos disponibles en español. Estas citas son tan sólo una muestra, pero valdrá para hacerse una idea intuitiva de lo que comparte.

El primer libro que leí de él fue "La magia de la conciencia":



Fuimos, somos y seremos un tesoro inagotable de dicha y gracia. (Página 13) 

(...) la iluminación está libre de limitaciones, y llena de amor, alegría y sabiduría. (Pág. 20)

(...) o bien vivimos engañados o estamos completamente iluminados. No hay un estado intermedio. (Pág. 20)

La verdadera felicidad sólo surge cuando despertamos de esa conciencia no iluminada. (Pág. 21)

El deseo de la mente conceptual de lograr la iluminación es algo que la mantiene a la defensiva y que por lo tanto la mantiene alejada de la propia iluminación. (Pág. 25)

El verdadero sentido de abrir nuestro corazón es que ya no tenemos miedo a perder nada. Es una forma de rendición, pero de una rendición que no tiene objeto: lo que rendimos son nuestras esperanzas y miedos, y la inversión en nuestra infelicidad. Cuando hemos alcanzado el punto final de esta rendición, ya no hay nada a lo que nos queramos apegar. (Pág. 25)

Cuando dejamos que las cosas sean tal como son, todo pasa a ser perfecto en su imperfección. (Pág. 26)

Es cuestión de un instante y no requiere ninguna habilidad especial. Tampoco necesitamos mucho tiempo para prepararnos para esa tarea. Podemos simplemente exhalar y dejar marchar toda la historia de nuestra vida, esa que nos tomamos tan en serio. (Pág. 26)

Al abandonarlo todo, descubrimos de repente  que residimos en esta nueva dimensión de la mente y podemos danzar en el terreno de la alegría, el amor, la dicha y la confianza. (Pág. 27)

El otro lado de la conciencia ya está iluminado. (Pág. 27)

(...) la naturaleza por excelencia de la mente ya es pura e inmaculada. Ya está iluminada, y reside constantemente en cada uno de nosotros como la dimensión indestructible de lo que somos. (...) La podemos descubrir inmediatamente en cuanto dejamos de albergar conceptos sobre ella. (...) la verdad es demasiado sutil para enseñarla. (Pág. 29)

La mayoría de las personas espirituales busca algo, y la mayor parte del tiempo creen que se halla fuera de ellas mismas. Pero en última instancia lo que estamos buscando es esta mente búdica innata, iluminada e ilimitada, que ya está presente en cada uno de nosotros. Esta dimensión pura e inmaculada reside en el flujo de la mente de todos nosotros y la realización espiritual es la comprensión experiencial de esto. (Pág. 30)

«Descansa en el estado natural de la mente» (Pág. 34)

El descanso profundo es el punto en el que ya no estamos buscando nada. (...) En ese profundo descanso surge una quietud maravillosa, una posición estratégica desde la que podemos vislumbrar la mente luminosa y fundirnos finalmente con ella. (Pág. 35)

Es el refugio sin refugio, el punto de paz, carente de toda dualidad. (Pág. 39)

La iluminación no es más que ver directamente la verdad sin la distorsión de la mente, clara como la palma de tu mano. La verdad de la que estoy hablando no es la verdad en sentido convencional, sino la verdad inmutable que existe antes que la mente. (Pág. 39)

La raíz de la resistencia es el miedo a la muerte, no a la muerte física sino a la muerte de la ilusión de un yo separado. (Pág. 40)

El verdadero despertar espiritual le puede ocurrir a cualquier persona en cualquier momento porque no está ligado a una cultura o a una religión. (Pág. 40)

De modo que la iluminación es todo lo que anhela nuestro corazón: amor, libertad, alegría, paz y descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza. La iluminación satisface todo aquello que estamos buscando. Pero recuerda, no se trata de un fenómeno religioso. Solo consiste en reclamar nuestra cordura básica al no mantener el gran sueño de la dualidad. Cuando nos libramos del gran sueño, nos liberamos de todo sufrimiento. De eso es de lo que nos libramos. No es que hayamos dejado de sufrir temporalmente sino que empezamos a cortar la raíz de todo sufrimiento. (Pág. 41)

El budismo enseña que existe un paraíso pero que no se halla en ningún lugar fuera de nosotros. El paraíso es la mente despierta. Para muchos maestros, es la percepción pura, es decir, la mente iluminada que está libre de toda forma de engaño. (Pág. 41)

Si deseamos ir más allá de estas limitaciones mundanas, debemos recordar que ese mundo no está allí fuera, que no es más que un estado de conciencia. El mundo que muchas personas espirituales están intentando transcender en realidad se encuentra en su interior. No es una auténtica realidad. Es una realidad provisional, de ensueño, una realidad que ha construido el ego (...). (Pág. 43)

El quid de la cuestión es este: tenemos que continuar regresando al interior, dándonos cuenta de que lo que queremos transcender no está fuera, sino dentro de nosotros. No es más que un mundo mental (...). (Pág. 43)

Ese es el nivel más alto de la meditación; es conciencia pura. (Pág. 45)

Simplemente dejamos que todo sea tal como es. (...) Meditar no significa más que permitir que todo sea tal cual es, y que el mundo de las ideas, los conceptos y la tristeza se disuelva por sí mismo, lo cual siempre ocurre. (Pág. 45)

Esta técnica es muy sutil. No funciona a menos que haya un deseo ardiente de despertar a la verdad, justo aquí y ahora. Cuando veamos la verdad, nos asombrará comprobar que ha estado ahí todo el tiempo. Existe un arte de indagar que muchas tradiciones han enseñado con diferentes estilos (...). El formato no es tan importante. A veces, cuando no sabemos cómo ir más allá de nuestras nociones de realidad, cuando no sabemos cómo saltar al océano del amor y la alegría, lo único que podemos hacer es iniciar esta indagación suprema. ¿No te parece muy sencillo? (Págs. 45-46)

En ese espíritu de indagación en ocasiones se producen grandes aperturas. A veces se derrumba toda la resistencia, y de repente sentimos que no hay nada que bloquee la conciencia. (Pág. 46)

Se ha dicho que practicar la verdadera espiritualidad es olvidarse de uno mismo. Una vez que sabemos cómo olvidarnos realmente de nosotros mismos, lo que queda es una inmensa paz que lo invade todo y está siempre presente. (Pág. 48)

Hemos de aprender a disfrutar de cada momento. No necesitamos nada del exterior para sentirnos felices y libres. (Pág. 49)

(...) disfrutar de la vida tal como viene. (Pág. 50)

Uno de los métodos más poderosos para provocar el final de la búsqueda es el cuestionamiento profundo, que puede conducirnos a un gran avance. Podemos abandonar todo tipo de búsqueda y ver claramente qué fácil es alcanzar la libertad. Una pregunta que nos podemos hacer es: «¿Necesito más sufrimiento o he sufrido ya lo suficiente?». (Pág. 50)

¿Resulta fácil lograr el final del sufrimiento? Quizás no lo sea, pero es bastante simple. Si fuera fácil, todo el mundo se habría liberado ya hace mucho. (Pág. 50)

Buda lo definió como el acto de soltar la carga, y aseguró que ese era el camino. (Pág. 50)

A menudo, las más elevadas enseñanzas espirituales son más verticales que lineales. Nos invitan a iluminarnos en este preciso instante en lugar de señalarnos un objetivo en un futuro lejano. (...) No tiene nada de místico porque es el acto radical de soltar la carga mental, de abandonar la mente, de dejar a un lado todos nuestros conceptos mentales. (Pág. 51)

La vida no se puede contener en un marco dualístico, y juzgándola en términos de bien y mal. ¿Qué sentido tiene intentar controlarla? Hacerlo solo nos agotará (...). (Págs. 51-52)

No obstante, podemos flotar en el río de la vida, sin luchar por ir a contracorriente. De ese modo, la vida se ocupa de sí misma. (Pág. 52)

(...) «liberación». (...) no perdemos nada. Lo único que perdemos es infelicidad, sufrimiento (...). Lo único que tenemos que hacer es abandonar todos los conceptos, y ya sabemos cómo hacerlo. En realidad somos muy buenos abandonando cosas. Si sabemos cómo dejarnos en casa las llaves del coche, también sabremos desprendernos de nuestros conceptos. (Pág. 53)

De modo que si realmente ansías que se produzca la liberación ahora mismo, solo hay un método, el rey de todos los métodos, el método sin método, que consiste simplemente en abandonar todos los conceptos, no más tarde, no dentro de un momento, sino ahora mismo. Limítate a abandonar todos los conceptos. Ese es el final de toda búsqueda. Entonces seremos libres para disfrutar de la vida tal como es, en cada momento, de modo que el cielo estará en la Tierra. (Pág. 54)

(...) la realización es lo mejor que le puede ocurrir a cualquier ser humano. (Pág. 57)

No es suficiente con tener solo una comprensión intelectual; debemos tener más bien una comprensión directa de este estado increíble llamado «libertad incondicional». (Pág. 57)

Sufrir, en realidad, es totalmente condicional. De hecho, ya se está desmoronando. ¿No ves la locura del ser humano? Cree en una realidad que no existe y no cree en una realidad que sí existe. No hay duda de que el mundo se encuentra muy confundido. (Pág. 58)

Vamos a reírnos de nosotros mismos un poco. (Pág. 58)

Lo que realmente existe es la libertad incondicional, y esto no es solo una idea. Es algo que todo el mundo puede vislumbrar. (Pág. 58)

(...) la existencia humana es en realidad un juego de buenas y malas circunstancias, una serie interminable de historias (...). Sin embargo, no importa lo que esté ocurriendo en esa representación tan ilusoria. Nuestra mente se arraiga por completo a ese terreno eterno e inalterable de libertad. Cada uno de nosotros tiene acceso a ese mundo iluminado en cualquier momento. Pero primero hemos de saber cómo abrir el corazón y entrar en un estado de mente extraño, así como en muchos sentidos, transcendente, en el que no deseamos nada excepto la eterna libertad. (Págs. 58-59)

La mente egoica no puede comprenderlo, pero en realidad el estado de absoluta libertad es la ausencia de todo deseo. (Pág. 60)

En realidad, la mente luminosa reside ya en todos nosotros. A veces resulta increíblemente fácil acceder a esa realidad porque está siempre en nuestro interior, aunque la mayoría de las veces no sea manifiesta. (Pág. 60)

En un instante, el mundo de la ilusión, el mundo del yo, el mundo de la esperanza-miedo, nacimiento-muerte, se derrumba, no en el exterior, sino interiormente, en el reino de la conciencia. (Pág. 61)

Dado que su naturaleza no es conceptual, a veces no hay nada de lo que podamos hablar. Lo único que hacemos es esperar. Esperar hasta que la mente deja de buscarlo en el exterior y dirige la atención de forma natural hacia el interior, reconociendo finalmente que la verdad que hemos estado buscando ya está ahí. (Pág. 61)

(...) desilusión extática. Lo denomino «desilusión extática» porque sentimos mucha alegría. (...) Pero es una desilusión porque todas nuestras grandes ideas, especulaciones y suposiciones acerca de la verdad quedan desacreditadas. Por eso es una desilusión extática. (Pág. 62)

Eso es lo que estás buscando. Cuando te detienes, hay una conciencia desnuda, ausencia de pensamientos, ese fundamento sin fundamento que sientes. Eso es lo que has estado buscando. Eso es lo único que necesitas. (Pág. 63)

Convencer a la mente de que la libertad incondicional ya está aquí resulta una desilusión maravillosa. (Pág. 63)

(...) aquello que estamos buscando se encuentra ya adentro. (Pág. 66)

Hay una parte de nosotros que ya está iluminada y esa parte es lo que somos realmente; es nuestra verdadera naturaleza. (Pág. 66)

De modo que el objetivo de todo empeño espiritual es realizar la parte iluminada de lo que somos, no en algún momento futuro, sino ahora mismo. (Pág. 67)

Como dijo Kabir: «Lo que denominas salvación no pertenece al tiempo de después de la muerte». (Pág. 67)

La mente siempre está intentando imaginarse alguna estrategia, algún medio para atrapar ese objeto de deseo llamado «liberación» o «iluminación». La salvación, la liberación, no pertenece al tiempo posterior a la muerte, pero tampoco al tiempo previo a la muerte. Solo pertenece a este momento. La salvación, la liberación, el moksha o el nirvana, aquello que la gente ha estado buscando a lo largo de la historia, ninguno de ellos pertenece al tiempo, ni al pasado ni a ninguna especie de suceso fantástico del futuro. Pertenece a este momento, este momento que está teniendo lugar ahora mismo. (Pág. 67)

(...) debemos dirigir nuestra atención hacia el interior con todo nuestro corazón, con todo nuestro deseo de eliminar lo que está oscureciendo esa maravilla que habita en cada uno de nosotros. Nos tenemos que permitir reconocerla y verla en este preciso instante, no en el instante siguiente, y no en algún instante fantástico que vaya a tener lugar en el futuro. (Pág. 68)

Esa verdad indescriptible y maravillosa, esa presencia, esa conciencia, siempre está llamando a nuestra puerta, en su deseo de unirse con cada uno de nosotros. (Pág. 68)

Sorprendentemente, cuando nos dirigimos hacia el interior, siempre descubrimos que eso que nos impide reconocer la verdad más maravillosa en realidad no se encuentra en el exterior, sino en el interior. Resulta un velo muy fino y fugaz. Para la mente humana es difícil perderlo todo, abandonarlo todo, disolver todas las contradicciones y todas las tensiones y amar todas las expresiones de la realidad, no preocuparse por la muerte ni por el nacimiento, no inquietarse por ninguna de las ideas de lograr y no lograr, y abrazar a todo el mundo con un  corazón abierto. (Págs. 68-69)

Si sientes devoción hacia tu gurú, no la abandones pero recuerda que el gurú está dentro de ti mismo, no fuera. (...) el gurú supremo es tu conciencia pura. (Pág. 69)

La mayoría de las personas están todo el día «yoizando». (Pág. 70)

Por lo tanto, la práctica espiritual consiste en «desyoizar». (Pág. 71)

Buda aseguró que (...) existe una isla interior maravillosa llamada nirvana. De modo que hay un lugar al que podemos escapar del mundo mental de los problemas. Al fin y al cabo, no suena mal ser libre, llegar al nirvana interior. Sin duda, es muy diferente a la práctica del escapismo. (Pág. 75)

Es la mejor isla a la que irse de vacaciones si estamos preparados. (Pág. 76)

Es el lugar en el que podemos darnos un festín de verdadero amor, sentir la verdad ilimitada, reconocer la unidad de todo lo que existe y abrazar a todos los seres en nuestro corazón. (Pág. 76)

Podemos despertar a la mente búdica en este preciso instante, pero esta experiencia es totalmente inexpresable. Es pura dicha, dicha transcendente. (Pág. 76)

Ser este pequeño «yo» es una forma de fragmentación. Asociarse con una sensación de yo no es un estado sano de conciencia, sino un estado de ser fragmentado, perdido y separado. Transcender nuestro apego conceptual a la ilusión de este ser limitado es en realidad dicha suprema. (Pág. 77)

(...) esta riqueza interior nunca se nos agota. Su dicha se experimenta al dar, al abrir ese tesoro inagotable; dar, irradiar, emanar abundancia hasta el punto en que ya no haya nada más que mantenga nuestra conciencia en la prisión de la dualidad. (Pág. 77)

La dicha transcendente es la experiencia de estar liberado de todos los límites, de todos los tipos de ataduras. Es ser completamente libres (...) para expresar amor ilimitado (...) la felicidad suprema. (Pág. 77)

Miramos a la mente presente. ¡Qué sencillo! (Pág. 79)

(...) la conciencia lo abarca todo. Vivimos en ella. Somos ella. (Pág. 81)

Muchos antiguos maestros afirmaron que no se puede producir esta purificación sin realizar un sadhana en la vida diaria, aunque podamos disfrutar de esos extraordinarios vislumbres de la verdad. (Pág. 83)

Por supuesto, a veces las personas normales, que no son ni monjes, ni monjas, ni yoguis, pueden experimentar una elevada epifanía espiritual, que es una experiencia maravillosa, pero eso no cambia mucho su vida. Solo pueden decir que han vislumbrado la verdad. Es la forma suprema de alarde. (Págs. 83-84)

Este infierno no termina hasta que nos damos cuenta de que no es más que una invención nuestra. (Págs. 84-85)

El maestro tibetano Tsangpa Gyari dijo: «La gran dicha seguirá a aquellos que sepan cómo relajar la mente». Esa gran dicha de la que estaba hablando es la pura alegría que constituye la propia vida (...). Por eso el arte de la atención se considera uno de los sadhanas más poderosos. Nos hace conscientes de cada momento sin juzgar o comprender. En ese espacio, la conciencia se relaja y se despierta. (Pág. 85) 

(...) tenemos una sensación profunda de estar incompletos; por eso también sentimos una insatisfacción lacerante, que hace que nos aferremos a cualquier cosa que percibamos que tiene el poder de hacernos felices. Deseamos sexo, entretenimiento y comida hasta el punto de que nos volvemos adictos a ello. Tenemos una sensación constante de vacío interior que intentamos adormecer con nuestras adicciones. (Pág. 92)

A veces desarrollamos una creencia en nociones budistas como el vacío, la realidad transcendente o la unidad de todo cuanto existe. Creer en esta unidad es quizás la mejor creencia que podemos tener, si estamos buscando alguna creencia. Pero la propia creencia sigue siendo conocimiento conceptual, y con este sigue ligada a la mente egoica. (Pág. 93)

Tarde o temprano, tenemos que ir más allá de esa creencia para experimentar directamente la unidad, la verdad suprema, la esencia de las enseñanzas inmortales de Buda. Entonces experimentaremos la alegría, la libertad y la liberación. Ya no serán ideas abstractas, sino que se volverán bastante reales en nuestra experiencia personal, como el hecho de saborear la miel o escuchar una música agradable. Del mismo modo, la felicidad incondicional, la paz, la alegría y todas las palabras maravillosas que hemos estado escuchando en las enseñanzas espirituales, de repente, se vuelven bastante reales. (Pág. 93)

Existe un vislumbre de la unidad que se puede desarrollar en este preciso instante. Se relaciona con el hecho de que la unidad siempre está aquí, y es gratis. (Pág. 93)

«No sigas el pasado. No anticipes el futuro. Relájate. Deja tu mente sola tal como es, y entonces surgirá por sí misma la suprema liberación». (...) Si nos limitamos a abandonar el recuerdo del pasado, sin anticipar el futuro, y dejamos nuestra mente sola tal como es, se revelará la unidad porque nos hemos apartado del camino. (Pág. 94)

El terreno de todo cuanto existe no está separado de nosotros, sino que forma parte de nosotros y nosotros formamos parte de él. Somos uno, de modo que no tenemos que ir a ninguna parte a buscarlo. Cuando hay una total disponibilidad y rendimiento, podemos vislumbrarlo en ese mismo momento, en ese mismo lugar. (Pág. 94)

Cuando descansamos en el momento presente, se revela un espacio. Se trata de un espacio interior que no está ocupado por la nube de los pensamientos. (Pág. 95)

Sin embargo, el hecho de vislumbrar la verdad no es más que el inicio de nuestro proceso de despertar interior. (Pág. 95)

Puede que nos sorprenda bastante lo rápido que la podemos vislumbrar. Lo único que necesitamos saber es que este momento no puede ser mejor de lo que es ahora mismo. (Pág. 96)

(...) en ese lugar ya podemos vislumbrar la verdad. No obstante, esto no significa nada hasta que reconozcamos la verdad. Puede que experimentemos miles y miles de vislumbres maravillosos de la verdad, pero tal vez su reconocimiento se nos escape. Hemos de tener ese reconocimiento experiencial de la verdad, no conceptual o intelectual, que no cura la enfermedad. (Pág. 96)

Es la experiencia directa de la verdad con una confianza inquebrantable que ya no tiene ninguna duda sobre ella. (Pág. 96)

(...) para señalar algo que transciende todos los conceptos y las palabras es necesario utilizar precisamente conceptos y palabras. De lo contrario no podríamos acercarnos a esta verdad. En las tradiciones espirituales hay dos formas de elucidar lo inefable; una es a través de la negación y la otra a través de la afirmación. Buda utilizó ambas. (Pág. 102)

Los dos lenguajes parecen contradictorios, pero señalan a la misma verdad. Cuando nos limitamos a abandonar la ilusión del «yo», descubrimos que somos uno con todo lo que existe en el mundo de la sacralidad que todo lo ocupa. (Pág. 102) 

Estoy hablando sobre lo sagrado como auténtica experiencia, una experiencia sin ego. Esta sensación de sacralidad no es más que amor supremo, sin discriminación, totalmente carente de ego. Este amor supremo va más allá de cualquier tipo de apego. (Pág. 102)

Nuestra conciencia creó ilusiones, y después creyó que era real. (...) las aceptó y pensó que eran reales. Es como un autor que escribió un relato de ficción pero se olvidó de que era una invención que había creado él mismo y creyó que estaba ocurriendo realmente. Toda esta situación que estamos intentando transcender en realidad no es más que una ilusión. (Pág. 103)

Resulta bastante irónico, porque lo que queremos transcender en realidad no existe. Solo existe en el muestrario de nuestra mente. Esto es lo único que tenemos que recordar: eso que estamos intentando transcender es una creación de nuestra propia mente. En cuanto nos damos cuenta de ello, lo superamos todo. (Pág. 103)

Incluso el «yo» que está intentando transcender se disuelve. Esta es la paz absoluta de la que hablaba Buda cuando describió el nirvana. Nirvana significa iluminación, y su definición literal es «apagar» o «extinguir». Lo que se extingue es el fuego de la falsa ilusión. (Pág. 104)

Lo vemos todo como sagrado y lo amamos todo sin un objeto específico de amor. (Pág. 104)

Cuando lo abandonemos todo, tendremos una sensación de libertad. (...) esa tierra no se encuentra en ningún lugar exterior. (Pág. 105)

La propia expresión «conciencia pura» no es más que un indicador de esta luz innominada, vasta e ilimitada que reside dentro de cada uno de nosotros y que es lo que realmente somos. (Pág. 107)

No hay nada que descubrir como verdad suprema más allá de la pura conciencia. Eso es todo lo que existe. Cualquier otra noción de la verdad no es más que una elaboración de ideas y conceptos. La pura conciencia no es el efecto de ninguna causa. (...) Está presente en cada uno de nosotros y no está limitada por el tiempo y el espacio. Está libre de todo y está presente en todo en este momento. Es el terreno de nuestro ser, lo que somos en su máximo sentido. (Pág. 108)

La conciencia pura no es un estado meditativo. Si lo fuera, sería algo artificial, algo que no es más que el efecto de una causa. Va más allá de estas experiencias. (Pág. 109)

Toda experiencia es temporal. No dura para siempre. (Pág. 110)

La conciencia pura está presente en cada uno de nosotros ahora mismo, y podemos ser conscientes de ella, pero no practicarla o lograrla. No podemos alcanzarla porque ya se encuentra en nuestro interior y no es el efecto de ninguna causa. No es el resultado de nuestra práctica espiritual porque ya está presente en todos nosotros. Por lo tanto, lo único que podemos hacer es practicar el hecho de ser conscientes de ella en este momento. (Pág. 111) 

(...) ya se encuentra ahí. Está siempre ahí, eternamente, sin ninguna causa. No hay siquiera un instante en el que la pura conciencia esté ausente. (Pág. 112)

Aquello que te dé resultado es lo más apropiado para ti. El método no tiene que ser budista ni tampoco complicado. Puede ser tan simple que quizás lo único que necesitemos hacer sea pararnos de vez en cuando. (Págs. 112-113)

(...) la conciencia pura ya está totalmente desarrollada en cada uno de nosotros. (Pág. 114)

La señal del auténtico despertar espiritual es que no deseamos nada más. Es entonces cuando vemos finalmente que esta vida humana puede ser muy divertida. (Pág. 116)

De modo que a veces las personas espirituales pueden ser muy duras consigo mismas. En ocasiones, cuando se trata de su compromiso de adquirir iluminación y transformación personal, les falta compasión y tolerancia. Pueden ser muy duras e inmisericordes consigo mismas, ya que se usan constantemente como conejillos de Indias sagrados, probando este método y aquel otro para comprobar si responden o no. (Pág. 118)

A veces, cuando dirigimos la vista al interior, no encontramos fácilmente la santidad; en otras ocasiones, sí. Pero hay muchos momentos en los que no hallamos en nosotros mismos luz, gloria, santidad o budeidad alguna. Lo único que encontramos es un saco de neurosis. Lo más importante es no juzgarlo, sino permitir compasivamente que sea. Si es negativo, se disolverá por sí mismo a través de la conciencia. Si es positivo, aumentará de la misma manera. (Pág. 119)

Nosotros mismos podemos ser como el padre o la madre cariñosos que coge en brazos a su querido hijo cuando llora porque se ha hecho daño o se ha manchado los pañales. Los padres cariñosos no juzgan, sino que toman en brazos a su hijo con total amor y aceptación. ¿Podemos tomar a este confuso yo que habita en cada uno de nosotros con ese mismo nivel de compasión y amabilidad sin odiar nada ni intentar crear ningún antagonismo? (Pág. 121)

No hay nada que odiar. Ni siquiera hay que odiar eso denominado ignorancia, sino que hay que abrazarlo en agraciada compasión. A veces las personas espirituales albergan mucho odio, pero es muy sutil y engañoso, porque surge de todo ese punto de vista del antagonismo, de que hay algo contra lo que están luchando, algo de lo que están intentando librarse. (...) Hay una sensación de dureza que dirigimos hacia nosotros mismos aunque estemos en el camino espiritual, como si nos forzáramos hasta el límite sin ninguna suavidad. Esa suavidad es realmente necesaria, y gracias a ella al final vemos esta sensación de alegría en todas las situaciones. No importa si somos libres o no. Hay una sensación de facilidad, gentileza, aceptación y dulce rendición. O se logra una gran iluminación o solo hay un mundo de tristeza danzando en nuestra conciencia. No importa. Dentro de nosotros sentimos esta profunda calma porque ya no somos severos con nosotros mismos. Nos relacionamos de la manera en que los padres se relacionan con sus hijos. (Págs. 121-122)

Debemos coger en brazos a ese mundo de tristeza y falsa ilusión con total amor y compasión, ya que somos totalmente perfectos, inherentemente divinos, y estamos iluminados desde el principio. (Pág. 122)

(...) por debajo de esa danza ilusoria de la conciencia hay un terreno inalterable e indestructible de lo que somos realmente, y en ese reino no material, en esa dimensión no manifiesta, ya somos perfectos. (Pág. 122)

(...) lo que somos ya es perfecto, ya está iluminado, independientemente de cuál sea la danza de la conciencia (...). (Pág. 122)

Cuando somos capaces de cogernos en brazos a nosotros mismos con compasión y sabiduría, no hay nada que pueda ir mal. (Pág. 123)

El ego espiritual a veces se impacienta y se enfada por el hecho de que el mundo todavía no se haya despertado. (Pág. 123)

Cuando sabemos cómo hacer que surja este corazón amable, ya no tenemos prisa y ya no es necesario que seamos hostiles con nosotros mismos. (...) mantener esa profunda confianza (...). La compasión extática es una compasión poco común. No nos hace sentirnos tristes. Es esta gran alegría que sabe que todo es perfecto. Ya somos Buda, y a pesar de ello hay compasión hacia este sueño temporal de la dualidad. Este sueño no va a durar eternamente. Lo creas o no, el universo nos proporcionará magia y milagros para ayudarnos a despertar. Todos los sueños terminan antes o después. Solo es cuestión de tiempo. (Pág. 124)

La vida es infinita. Es unidad. Es vacío. Es la maravilla de las maravillas. (Pág. 127)

Tilopa dijo: «Usa la mente para observar la mente y entonces el samsara se reducirá en ese preciso instante». Usar la mente para observar la mente es una forma de atención. (Pág. 129)

Cuando finalmente despertamos a esto, experimentamos una gran sensación de plenitud y de alegría. No decimos: «Me gusta esta dimensión sagrada, me gusta esta totalidad, pero quiero algo más». No pensamos que esta dimensión sagrada es muy bella pero que tiene algunos problemas y hay que cambiarla un poco. Nuestra dimensión sagrada, la totalidad intrínseca de todo cuanto existe, es inherentemente perfecta e infinita tal como es. En la dimensión sagrada de este mandala, ¿se produce esa mentira, esta separación entre el yo y lo demás? ¿Hay alguien al que no deberíamos amar? ¿Hay alguien al que deberíamos odiar? ¿Hay alguien al que deberíamos excluir? De modo que cuando empezamos a ver que esa vida, la vida real, es todo, nos convertimos en verdaderos devotos. (Pág. 133)

¿Eres capaz de ver lo maravilloso que sería porque todas esas luchas, todo el esfuerzo de ir a alguna parte y de buscar esto y lo de más allá, se terminarían? Todas nuestras estrategias de intentar defender algo, la ilusión del yo, se acaban, y vemos el infinito en todas partes. (Pág. 133)

Cuando despertamos a la vida real, se disuelve la vida conceptual, la vida creada por la mente; y cuando esta se disuelve, todos nuestros problemas se acaban. ¿Te imaginas? Todo nuestro dolor, nuestras quejas y nuestro lloriqueo se terminan. Es el final de todo ello. (Pág. 134)

(...) lo que buscamos no está ahí fuera. No hay ningún «fuera». La vida es nirvana. Esto es nirvana. (...) todo está ya aquí. (Pág. 138)

En realidad la devoción es el acto de rendición. La verdadera devoción no tiene objeto. (Pág. 139)

Por lo tanto, la devoción sin objeto significa que no hay nada que puedas adorar, nada a lo que te puedas rendir que esté separado de nosotros o de la propia vida. Este entendimiento se considera la realización más elevada. Se denomina percepción sagrada, es decir, es la transcendencia de todas las percepciones. (Pág. 140)

(...) ya no existe mi vida y tu vida. Solamente vida. Hay una gran diferencia entre estos dos puntos de vista: la vida y mi vida. En el momento en que pensamos «mi vida», hay una necesidad inmediata de controlarla. (Pág. 140)

Tanto sufrimiento innecesario surge por el mero hecho de creer en esta noción llamada «mi vida». En cuanto caemos en ese engaño, nos volvemos realmente avariciosos, tacaños y sobreprotectores, y estamos demasiado a la defensiva. Queremos defender y asegurar eso llamado «mi vida» y a veces vemos que un gran porcentaje de la realidad es una amenaza directa a ella. Nos volvemos totalmente paranoicos y tememos la realidad, a la gente y las situaciones a las que nos enfrentamos. También nos da miedo la muerte porque la muerte simboliza el final de la denominada «mi vida». La práctica de la verdadera devoción es devoción a la vida, no a una gran idea de lo divino, sino devoción a la propia vida. En ese proceso se disuelve la idea de «tu vida» y «mi vida», y solo existe la vida. (Págs. 140-141)

(...) solo hay vida, y la vida ya está sucediendo. (Pág. 141)

Buda dio un sermón que dijo que resumía todos sus otros sermones: «No vivas en el pasado porque el pasado ya se ha ido. No vivas en el futuro porque está lleno de expectaciones y todavía no ha llegado. Sé plenamente consciente de aquello que esté ocurriendo en este momento con total conciencia y perspicacia. Permanece en el momento presente. Este es el auténtico camino para descubrir la vida, que no es otra cosa que vacío, verdad divina y unidad». (Págs. 141-142)

¿Somos capaces de rendirnos al momento presente? ¿Somos capaces de rendirnos a la vida que ya está sucediendo ahora mismo? ¿Somos capaces de abrir el corazón y, en lugar de esperar y posponer, inmediatamente, en este mismo instante, abandonar todas nuestras ideas de lo que la vida debería ser? (Pág. 142)

No hay separación entre nosotros y el resto del mundo. No hay más límites ni barreras. Solo amor y alegría. Esa es la actitud realmente sagrada. (Pág. 142)

La vida siempre nos está hablando, pero no la escuchamos. Siempre quiere invitarnos a un festín eterno de libertad y amor incondicional. Siempre nos pide que abandonemos todos nuestros miedos, nuestro odio, que nos disolvamos en la propia vida. (...) De modo que, por favor, sigamos perdiéndonos durante un tiempo, o dejemos de estar perdidos y seamos libres, de una vez para siempre. Depende de nosotros. (Pág. 143)


Su otro libro traducido al español se titula "Sin yo no hay problemas":



La mente egoica siempre está comparando el yo con los demás porque cree que es una entidad separada y utiliza el cuerpo como línea divisoria entre el yo y los demás. (Pág. 13) 

Somos inmateriales. Somos insustanciales. No somos un tablón que al final se rompe. La propia esencia de lo que somos va más allá de la decadencia y la transitoriedad. Sí, nuestro cuerpo es transitorio, pero nuestra verdadera naturaleza, no. Nuestra verdadera naturaleza es inmortal y divina, trasciende todas las imperfecciones. Por eso todos somos iguales, todos somos uno. No hay nadie que sea mejor o peor que los demás. Cuando alguien manifiesta su verdadera naturaleza, vive con amor, amabilidad y alegría. (Pág. 13) 

¿Cuál es nuestra verdadera naturaleza si no es el cuerpo? Hay muchas palabras que podemos utilizar para describirla. En el budismo la expresión más simple que podemos emplear es «naturaleza búdica». La definición de naturaleza búdica es que ya estamos iluminados. Ya somos perfectos tal como somos. (Pág. 13) 

Nuestra verdadera esencia va más allá del nacimiento y de la muerte. No puede enfermar nunca. No puede envejecer nunca. Está más allá de todas las circunstancias. Es como el cielo. No es una teoría. Esa es la verdad que solo se puede comprender en el reino de la conciencia iluminada. Esta conciencia es sorprendentemente accesible para todos nosotros. (Pág. 14) 

Cuando tiene lugar ese despertar, ya no hay ningún deseo de ser alguien distinto a quien somos. Toda idea previa de lo que somos se desvanece y junto con ella desaparecen el dolor, la culpa y el orgullo asociados a nuestro cuerpo. En el budismo, esto se denomina ausencia del yo. (Pág. 14) 

El despertar no tiene nada que ver con nuestro pasado. No tiene nada que ver con si hemos estado meditando mucho tiempo o no. No tiene nada que ver con conocer a maestros o a gurús admirables. Solo depende de si estamos abiertos a él. (Pág. 14) 

Esta apertura, esta receptividad, está fundamentalmente relacionada con nuestra habilidad de resistirnos a abastecer al ego de conceptos e ideas. (Pág. 15) 

Es muy importante que observemos nuestra mente para ver qué es lo que estamos buscando, qué es lo que estamos tratando de conseguir. (Pág. 15) 

Intenta hacer lo siguiente: préstale atención a la respiración en silencio. Contempla tu mente. De inmediato verás que comienzan a surgir pensamientos. No reacciones a ellos. Limítate a seguir observando la mente. Nota cuándo hay un espacio entre cada pensamiento. Date cuenta de que existe un espacio entre ese momento en el que terminó el último pensamiento y todavía no ha llegado el siguiente. En este espacio no existe ni «yo» ni «mi». Ya está. (Pág. 16) 

Puede que cueste creer lo sencillo que resulta darse cuenta de la verdad. De hecho, el lama tibetano Ju Mipham dijo que la única razón por la que no alcanzamos a comprenderla es porque es demasiado simple. (Págs. 16 y 17) 

Si te sientes enfadado o decepcionado, simplemente hazte esta pregunta: «¿Quién está enfadado o decepcionado?». En esa indagación se puede manifestar de forma natural la serenidad interior. (Pág. 17) 

Hay relatos de personas que han estado luchando durante mucho tiempo con problemas sin lograr resolverlos. En cuanto se pusieron a meditar y se preguntaron quién estaba luchando, se dieron cuenta de que en realidad no había existido nunca ningún problema. (Pág. 17) 

Cuando se han eliminado todas las capas de falsa identidad, ya no queda ninguna versión de ese viejo yo. Lo que queda es conciencia pura. Ese es nuestro ser original. Esa es nuestra verdadera identidad. Nuestra verdadera naturaleza es indestructible. (Pág. 17) 

Deberíamos recordar que cada momento es un umbral al perfecto despertar. (Pág. 18) 

El paraíso es nuestra conciencia pura primigenia, que está libre de toda limitación pero abarca la infinitud de lo divino. (Pág. 18) 

No hay ni una sola ilusión que podamos mantener para siempre. Tarde o temprano lo perderemos todo. La sensación de que va a durar no es más que nuestra mente contándonos historias. Las ilusiones son irreales. Las ilusiones son proyecciones mentales. No tienen ninguna realidad concreta o inherente. (Pág. 21) 

(...) al final siempre se trata de relajarse. Por eso muchos maestros budistas definen la meditación como el arte de descansar o el arte de relajarse. (Pág. 23) 

Cuando nos relajamos completamente, vemos que todos nuestros pensamientos comienzan a disiparse y la mente egoica se va disolviendo de forma automática. La mente egoica es muy poderosa, y si intentamos liberarnos de ella, no podemos. Pero cuando simplemente nos sentamos y nos relajamos, se disuelve sin que hagamos nada. (Pág. 23) 

(...) cuanto más intentamos trascender el ego, más fuerte se vuelve. Es como cuando le dices a alguien que no piense en el dinero. Termina pensando en él irremisiblemente. Por lo tanto, a veces debemos abandonar todo esfuerzo de intentar conquistar al ego y liberarnos de él, y limitarnos a descansar. Es muy sencillo. Todo el mundo sabe cómo descansar. (Pág. 24) 

(...) si descansamos en este estado natural de conciencia, en este momento presente, esta conciencia, la mente iluminada, a veces se manifiesta de forma espontánea. (Pág. 24) 

En ese sentido, el camino a la iluminación es completamente simple, aunque puede que no siempre sea fácil. (Págs. 24-25) 

La meditación consiste en descansar completamente. No solo físicamente, sino de un modo integral. El descanso completo incluye abandonar todo tipo de esfuerzo mental. La mente siempre está ocupada haciendo algo. (...) (Pág. 25) 

Cuando eliminas la mente egoica, la creadora de este mundo ilusorio, la realización ya está ahí y se alcanza automáticamente la verdad. Por lo tanto, el fundamento de la práctica de la meditación budista consiste en relajarse y descansar. (Págs. 25-26) 

Creemos que sabemos cómo descansar. Sin embargo, cuando meditamos descubrimos que la mente tiene tendencia a trabajar de manera constante, a hacer un esfuerzo continuo para intentar controlar siempre la realidad. La mente no permanece por completo serena y relajada. Encontramos diferentes capas de esfuerzo mental. (Pág. 26) 

Por lo tanto, la idea de descansar completamente implica abandonar todo eso. Abandonar todo el pensamiento. Abandonar todo el esfuerzo de la mente y permanecer por completo en ese estado natural de la mente, la verdad, «lo que es». Cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que la realización ya está ahí. (Pág. 26) 

La verdadera oración es la rendición de todos nuestros conceptos, incluida la idea de un poder superior que la rechazará o la aceptará. (Pág. 27) 

No tiene nada de malo desear la felicidad, pero hemos de definir qué es realmente la verdadera felicidad. (Pág. 32) 

La satisfacción es un estado interior en el que el apego y el miedo están totalmente ausentes, un estado mental en el que el deseo obsesivo continuo de «quiero esto, quiero lo otro» ha cesado completamente. (Pág. 32) 

(...) la satisfacción interior ya está ahí, y esa es la verdadera felicidad. No hay otra iluminación aparte de esa. (Pág. 32) 

(...) existe una gran diferencia entre abandonarlo todo y abandonar el apego a todo. (Pág. 33) 

La esencia de la práctica espiritual consiste en abandonarlo todo interiormente. Requiere una comprensión muy especial, ya que normalmente resulta difícil. Puedes tenerlo todo, pero no te puedes apegar a nada. Puedes comerte un helado, pero no te puedes apegar a él. (Pág. 34) 

Cuando estamos apegados a algo, sentimos que debemos tener más. Nos acordamos de lo bueno que estaba el helado y a veces lo utilizamos incluso como mecanismo antidepresivo. (Pág. 34) 

(...) el desapego es el camino a la gran liberación. (Pág. 34) 

A pesar de ello, es muy positivo renunciar a algo. Renunciar a algo que sea una distracción y una complacencia, que nos impida afrontar la realidad, una realidad que hemos estado intentando evitar. Hay una parte de nosotros que está muy asustada y es muy cobarde. Esa parte opone una gran resistencia porque no quiere pasar por la prueba suprema del abandono de todo apego y llegar a despertar. (Pág. 35) 

En el camino espiritual a veces la gente se apega a todo tipo de conceptos (...). (Pág. 36) 

En el mundo cotidiano nos apegamos a los placeres sensuales y a los entretenimientos por varias razones (...). (Pág. 36) 

A veces nuestra mente es el mayor reto al que nos enfrentamos, más desafiante que cualquier otro desafío exterior. La mente puede ser muy destructiva, muy peligrosa. Puede convertirse en nuestro mayor adversario, especialmente cuando elige vivir en percepciones distorsionadas de la realidad. Podemos comer manjares suculentos, podemos vivir una vida maravillosa, y a pesar de ello no estar satisfechos mientras vivamos en percepciones distorsionadas. De modo que el fracaso solo es una percepción, eso es todo. (Pág. 40) 

Hay una etapa en la meditación en que desaparece por completo el fuerte apego a la esperanza y al miedo, y es sustituido por una sensación de certeza en nosotros y también en el viaje en el que estamos inmersos. A partir de ese momento, incluso cuando nos encontremos con emergencias, momentos de miedo, terror, soledad o desesperación, no perderemos completamente nuestra sensación de serenidad interior. (Pág. 40) 

Hay otro estado, el de la ecuanimidad. (Pág. 41) 

La premisa fundamental de toda enseñanza mística es que hay una naturaleza divina en todos nosotros. En el budismo la llamamos naturaleza búdica. Cuando ya no nos identificamos con las condiciones externas, nos encontramos en el reino de la ecuanimidad. Somos uno con nuestra verdadera naturaleza, que es completamente indestructible, perfecta y sublime tal como es, para siempre. La naturaleza búdica no puede resultar afectada por circunstancias tales como la enfermedad, el hecho de ser rechazados o la muerte. No hay nada exterior que pueda dañar a la naturaleza búdica (...). (Pág. 41) 

(...) nuestra verdadera esencia es indestructible. Nada puede herirla. Somos totalmente perfectos porque nuestra naturaleza básica es indestructible y nada puede condicionarla. (Pág. 42) 

La verdadera naturaleza que todos compartimos es más sagrada que ninguna otra cosa. De modo que si somos capaces de identificarnos con nuestra verdadera naturaleza, nuestra conciencia pura, desaparecerá todo nuestro sufrimiento. Eso es la liberación. Eso es todo. No hay nada más. Una vez que nos identificamos con la conciencia pura, eso es la iluminación. Eso es la liberación. Eso es el moksha. No hay nada más. Por lo tanto, la comprensión está siempre ahí y no necesita nada del exterior. (Pág. 42) 

La verdad no es conceptual. No podemos entenderla nunca ni lograrla a través de conceptos e ideas. De hecho, la verdad no se tiene que comprender, se tiene que experimentar, saborear, como el néctar. (...) Hay que experimentarla, no especular sobre ella. (Págs. 43 y 44)

(...) no necesitamos un telescopio para ver lo que tenemos en la palma de la mano. Asimismo, la verdad siempre está frente a nosotros y no es necesario que vayamos a ningún lado para encontrarla. (Pág. 45) 

La liberación es el cese de todas las creencias erróneas. (Pág. 45) 

Más bien el nirvana es el cese de la separación entre nosotros y la verdad, mero reconocimiento de lo que ha existido siempre, como despertar de una pesadilla. Es un gran alivio descubrir que no hay que hacer nada. (Pág. 46) 

De modo que la verdad, o el nirvana, no es más que un estado en el que abandonamos completamente todas nuestras ideas equivocadas, todos nuestros conceptos erróneos, todas nuestras ilusiones. El nirvana es como el cielo en el sentido de que ya está aquí. Siempre está aquí. Justo ahora. El nirvana es como un cielo que está totalmente cubierto de nubes. Pero incluso cuando no lo vemos, el cielo está siempre ahí. Está siempre presente, eternamente. Las nubes solo son fenómenos temporales, fugaces. Al final desaparecerán y se verá claramente el cielo que siempre ha permanecido ahí. Nuestras ideas equivocadas y nuestros conceptos erróneos son los velos internos que nos impiden alcanzar la verdad. Una vez que sabemos cómo limitar esos impedimentos interiores, esos velos internos, alcanzaremos instantáneamente la verdad. Justo en ese instante, veremos de repente que el nirvana siempre ha estado ahí. Lo que hemos buscado durante nuestro largo viaje ha estado con nosotros todo el tiempo. Descubrimos que en realidad nunca hemos salido de casa; toda la búsqueda resultó ser una parte inútil, pero al mismo tiempo necesaria para descubrir lo que ya está ahí. (Págs. 50-51) 

Lo creamos o no, siempre nos encontramos en el reino de la verdad. (Pág. 51) 

En ese sentido nuestro camino espiritual es realmente simple, porque no se trata de adquirir, acumular o conseguir nada. Se trata de abandonar lo que no necesitamos. (Pág. 52)  

Si permanecemos en esa conciencia presente y observamos, también se disuelve el ego y lo único que queda es conciencia pura. Cuando el ego se desmorona totalmente, se desvela esta inexpresable y simple pero profunda y extática conciencia compasiva. No hay nadie ahí. En ese lugar el «yo» es completamente inexistente. No hay separación entre samsara, malas circunstancias, y nirvana, buenas circunstancias, y no hay nadie que esté buscando el camino o tratando de alcanzar la iluminación. (Pág. 59)  

Al ego le gusta negociar, discutir con la verdad (...). Realmente no hay manera de negociar con la verdad, el vacío. Lo llamemos como lo llamemos —verdad, vacío—, el único camino es disolverse. (Pág. 62)  

El yo siempre está derrumbándose y disipándose a cada momento. Se disuelve si lo dejamos tal como es porque no es real. Ya es irreal. Ya se está derrumbando. Cuando intentamos construir y mantener la ilusión del yo, sufrimos mucho. Experimentamos inseguridad y locura porque estamos tratando de sostener algo que ya se está desmoronando. (Pág. 66) 

La cuestión es: «¿Quién es el yo? ¿Quién es el que está intentando mantener ese samsara?». Mantener el samsara cuesta muchos dolores de cabeza (...). (Pág. 66) 

Recuerdo una frase muy breve de un maestro budista: «Sin yo no hay problemas». Es muy simple y escueta, pero real y efectiva. (Pág. 70) 

Cuando el yo desaparece, estamos en el paraíso, y no hay nada que hacer ni nada que conseguir. Por lo tanto, este debería ser nuestro mantra para el resto de nuestra vida: Sin yo no hay problemas. Recuérdalo: Sin yo no hay problemas. (Pág. 71)  

Quizás si vivimos lo suficiente, dentro de cuarenta o cincuenta años, cuando echemos la vista atrás, veamos que los problemas a los que nos estamos enfrentando ahora no son más que un recuerdo. Con un poco de suerte, estaremos lo bastante despiertos y nos diremos unos a otros: «¡Qué inmaduro era entonces! No me lo tenía que tomar todo tan en serio porque en realidad todo es vacío». Un día seremos capaces de pronunciar esas palabras. (Pág. 75)  

Cuando lo aceptamos todo, ya no hay ningún problema. Todos los problemas se disuelven inmediatamente. (Pág. 81)  

(...) tenemos que considerar toda la vida como una práctica, como nuestro camino. La vida es nuestro camino. Desde el momento en que nos levantamos por la mañana hasta que nos vamos a dormir por la noche, la vida está llena de oportunidades para cultivar la aceptación, la paciencia, la tolerancia, el perdón, la conciencia y la atención plena. (Pág. 83) 

Es más, cuando afrontemos una crisis, tenemos que sentirnos dichosos y pensar: «¡Esta es una oportunidad extraordinaria y perfecta para practicar cómo aceptar lo que no me gusta! Si soy capaz de aceptar esto en este momento de mi vida, seré capaz de trascender todo mi miedo, todas mis inseguridades. En realidad esto es una bendición encubierta». (Pág. 83) 

Como maestros espirituales, no debemos buscar desafíos, pero tenemos que celebrar los que nos surjan en el camino. (...) Tenemos casi que postrarnos frente a los desafíos cuando nos visiten sin que los hayamos invitado. Cuando estén llamando a la puerta, hemos de estarles agradecidos. (Pág. 83)  

La iluminación ya se está ocupando de nosotros. Buscarla sería un trabajo demasiado arduo. Vamos a dejar que ella venga a nosotros. Lo único preciso para que pueda entrar el sol es que corramos la cortina de la ventana. Del mismo modo, abramos el corazón y la mente sin buscar la escurridiza iluminación. (Pág. 88)  

Muchos de nosotros estamos ocupados en una búsqueda interminable. Algunos buscamos a Dios; otros, un gurú, y otros, una pareja. Fundamentalmente, esta búsqueda es una larga y persistente agonía. Por debajo de ella subyace una sensación de estar separados del universo o de lo divino, algo vital para nosotros. Con frecuencia, si nos contemplamos profundamente, descubrimos que en el fondo tenemos un vacío. Eso nos conduce a sentimientos de soledad, desesperación y confusión. En un fútil intento de llenar este vacío interior, tratamos de descubrir el sentido de nuestras vidas logrando objetivos terrenales y distrayéndonos con diversos entretenimientos. Algunas de esas técnicas funcionan temporalmente como una tirita psicológica. Obtenemos un poco de alivio durante un tiempo, pero tarde o temprano vuelve toda nuestra infelicidad. (Pág. 89) 

Cuando estamos buscando estos sueños fútiles, lo único que hacemos es prepararnos para vivir, en lugar de vivir plenamente a cada momento. Nos estamos preparando para un ideal de vida que esperamos alcanzar en algún momento en el futuro. No estamos viviendo plenamente justo ahora, aquí y a cada momento. (Pág. 90) 

Si no hay nada fuera de nosotros que pueda proporcionarnos verdadera satisfacción, ¿adónde nos debemos dirigir? Esta puede ser una pregunta muy poderosa que nos cambie la vida. (Pág. 91) 

Esta sensación de estar perdido se halla profundamente conectada con el hecho de que no conocemos nuestra verdadera naturaleza, quiénes somos realmente. Por supuesto, fingimos que lo sabemos, mientras no dejamos de apegarnos a todo tipo de identificaciones sustitutas. Finalmente, todos esos problemas surgen del hecho de no saber quién somos. (Pág. 92) 

La búsqueda de la que estoy hablando no tiene nada que ver con el intelecto o con adquirir más conocimiento conceptual. No es una forma de adquisición. Es una forma de eliminación de todos los conceptos sobre lo que somos. (Pág. 97) 

La muerte no es más que otro concepto. Cuando abandonamos los conceptos de la vida y la muerte, esta deja de existir, y por primera vez estamos vivos de verdad. (Pág. 98) 

Nuestra naturaleza inmortal es quien realmente somos. (Pág. 99) 

Todos tenemos la oportunidad de vivir plenamente. Cada instante es un momento perfecto para tener esa oportunidad. Ahora es el momento de despertar a nuestra verdadera naturaleza. ¿Por qué estamos esperando y posponiéndolo? (Pág. 99)  

La plegaria es eficaz y abre el corazón, especialmente cuando es auténtica. La auténtica plegaria es aquella en la que trascendemos toda nuestra resistencia. En ocasiones resulta muy efectivo rezarle a la verdad y pedir: «Que supere esta falsa ilusión. Que trascienda esta falsa ilusión». (...) Rezar a la suprema verdad para liberarnos aquí y ahora. Si rezamos de todo corazón, siempre se produce la realización interior de un modo milagroso. (Pág. 104) 

Se trata únicamente de abandonar todas las falsas ilusiones, todos los conceptos, todos los miedos y simplemente confiar en lo que hay. Lo que hay es siempre perfecto. (Pág. 105) 

Hay una auténtica oración y una pseudooración. Rezarle a un dios fuera de nosotros mismos, como un padre todopoderoso que da recompensas y castigos, no es una verdadera oración. (Pág. 106) 

El pasado es una fantasía. El futuro es una fantasía. Incluso el presente es una fantasía. (Pág. 107) 

Cuando anticipamos el futuro, a veces empezamos a fantasear con la enfermedad, la muerte y la desgracia. Eso puede destruir completamente nuestra paz interior si nos quedamos atrapados ahí. (Pág. 107) 

Resulta que cada uno de los fenómenos de este mundo exterior es una fantasía. (Pág. 108) 

Creo que el auténtico mantra es: «Eso es una fantasía tuya». Cuando sentimos que estamos sufriendo, es una fantasía nuestra. Cuando sentimos que estamos despertando, también lo es. Cuando sentimos que nuestra vida no va bien, es lo mismo, nuestra fantasía. (...) la verdad solo tiene una intención, despertarnos. (Pág. 109) 

No obstante, no intentes liberarte de la fantasía. Eso también es una fantasía, y acabamos muy frustrados porque al final no funciona. (...) La comprensión de que todos los fenómenos son una fantasía llega a nosotros. Lo vemos claramente. Por lo tanto, lo único que necesitamos hacer es meditar. Si seguimos meditando, nos daremos cuenta de que todo es una fantasía. (Pág. 109) 

Si queremos alcanzar la verdad, lo primero que debemos recordar es que no tenemos que hacer nada. Ni danzas sagradas, ni mantras secretos, ni conversiones religiosas. Simplemente nos sentamos tranquilamente allí donde estamos y nos limitamos a no hacer nada. Eso es muy importante. No hacer nada. Miramos directamente y vemos la verdad, que está más allá de nuestras fantasías, en ese momento sin etiquetar ni juzgar nada. (...) Es un momento perfecto. No le falta nada. Ese reconocimiento produce una sensación de alegría inagotable. (Pág. 110) 

Cuando sufrimos significa que estamos apegados a algo. (Pág. 133) 

Nuestra auténtica naturaleza siempre ha sido perfecta. No tiene que mejorarse y nunca se podrá cambiar. (Pág. 133) 

No hay samsara. No hay vida ni muerte que trascender. Lo único que debemos trascender son nuestros pensamientos. Más allá de ellos, no hay sufrimiento. Únicamente hay pensamiento. (Pág. 134) 

El estado natural de nuestro ser siempre es completamente feliz. (...) Buscar la felicidad y la libertad fuera de nosotros mismos siempre es un error. (Pág. 139) 

El ego es una construcción mental, una fabricación, no tiene nada que ver con lo que somos realmente. (Pág. 140)  

La verdadera cuestión es que todos nuestros problemas, por supuesto, son creación de este «yo». (Pág. 140)  

No hacemos nada porque no hay nada que podamos hacer. A partir de ese momento ya no somos responsables de nada, es la verdad la que está al cargo. A partir de ese momento la verdad destruirá voluntariamente el fundamento, la base de toda la tristeza, toda la infelicidad. Hará ese trabajo por nosotros. Lo único que tenemos que hacer es detenerlo todo. En eso consiste la meditación. (Pág. 144) 

¡No te preocupes! No hay nada que perder excepto los falsos conceptos. Finalmente incluso la idea de perderse a uno mismo también se disuelve. No hay nada a lo que renunciar ni nada que ganar. (Pág. 145) 

Incluso en este momento nuestra naturaleza divina nos está invitando a ser uno con ella. Ser uno con ella significa darnos cuenta de quiénes somos. (Pág. 148) 

La sabiduría trascendente es simple porque no tenemos que hacer nada. Ahí radica la belleza de este camino. Sin embargo, a veces lo más simple puede resultar lo más complicado. En realidad nos cuesta mucho no hacer nada. No hacer nada no significa que nos sentemos y seamos sedentarios como una planta feliz. Esa es una noción equivocada de no hacer nada. No hacer nada significa abandonar todo el esfuerzo mental, especialmente el que utilizamos para mantener la ilusión del «yo», la separación ilusoria entre el yo y los demás. Cuando abandonamos este esfuerzo, de repente, todas las ilusiones desaparecen. En realidad  no tenemos que hacer nada. Se trata de parar. Parar de perpetuar y apegarnos a las ilusiones. Las ilusiones no tienen su propia fuerza motora. Están dispuestas a disolverse a cada momento. Es solo una cuestión de tiempo. Cuando decidimos de todo corazón no sostener más las ilusiones, se desmoronan. (Pág. 157) 

(...) no existen programas de doce pasos para trascender a la sabiduría. Solo existe el programa de un paso que consiste en no vincularnos al ego. En cuanto dejamos de hacerlo, inmediatamente desaparece. Y en ese momento nos enamoramos de la verdad. (Pág. 158) 

(...) lo único que abandonamos es nuestra infelicidad. Descubrimos en el interior una dicha inexpresable. (Pág. 159) 
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