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Fragmento de un relato de Lev Tolstói (León Tolstoi). Este relato se titula «Historia de un caballo» y el narrador del relato es el caballo:
(...) En la vida los hombres no se guían por los hechos, sino por las palabras. Aprecian no tanto la posibilidad de hacer o no hacer algo como la posibilidad de referirse a diversos objetos con palabras convencionales. Esas palabras, que entre ellos se consideran muy importantes, son «mío» y «mía», y las aplican a toda clase de cosas, animadas e inanimadas; incluso a la tierra, a los hombres y a los caballos. Han convenido que de un objeto determinado una sola persona pueda decir: «es mío». Según ese juego que se estila entre ellos, quien está en condiciones de decir «mío» a un mayor número de cosas, se considera la persona más feliz. Desconozco la razón de todo eso. Durante mucho tiempo he tratado de explicarme esa situación suponiendo que de ella se derivaba alguna ventaja directa, pero esa interpretación se ha revelado equivocada.
Por ejemplo, muchas personas que me consideraban de su propiedad ni siquiera me montaban; lo hacían otros. No eran ellos quienes me daban de comer, sino otros. Tampoco eran ellos quienes me cuidaban, sino los cocheros, los albéitares y, en general, personas ajenas. Más tarde, cuando ensanché el círculo de mis observaciones, me convencí de que ese concepto de propiedad no tenía ningún otro fundamento que un bajo instinto animal que ellos llaman sentido o derecho de propiedad, y no sólo con respecto a nosotros, los caballos. El hombre dice «mi casa», pero nunca vive en ella; tan sólo se preocupa de su construcción y de su mantenimiento. El comerciante dice «mi tienda» o «mi pañería», por ejemplo, y el paño de sus prendas es peor que el que vende en la tienda. Hay gente que considera suya una parcela de tierra que nunca ha visto ni pisado. Hay gente que llama suyos a hombres que jamás ha visto; y toda su relación con ellos consiste en hacerles daño. Hay hombres que llaman suyas a algunas mujeres, pero esas mujeres viven con otros hombres. En la vida los hombres no se preocupan de hacer el bien, sino de poder llamar suyas al mayor número de cosas. Ahora estoy convencido de que ésa es la diferencia fundamental entre los hombres y nosotros. En suma, sin mencionar siquiera otras cualidades que nos hacen superiores a los hombres, sólo por eso podemos afirmar con toda seguridad que, en la escala de los seres vivos, nos encontramos por encima de ellos. El comportamiento de los hombres, al menos de aquellos a los que he tratado, se rige por las palabras; el nuestro, por los hechos. (...)
Lev Tolstói
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